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La leyenda de la primera Virgen de Guadalupe que se tiene registrada en la historia se remonta hasta el siglo I de la era común, y no proviene del continente americano, sino de Europa, más precisamente de la villa de Guadalupe en la provincia de Cáceres, en Extremadura (España).
Conocida por los españoles desde siglos antes de la conquista del nuevo mundo, la Vírgen de Guadalupe de Cáceres tiene en el 8 de septiembre su día grande, así como para todos los extremeños; es el día de su región, pero además es el día de su patrona, que es llamada en la Madre Patria como Reina de la Hispanidad y Reina de las Américas.
Se trata de una talla sedente, románica, realizada en madera de cedro, que según una antigua leyenda fue encontrada por un pastor de nombre Gil Cordero, vecino de Cáceres, a quien se le apareció junto al río Guadalupe, de quien tomó el nombre la Virgen y el pueblo.
La imagen tallada en madera pertenece al grupo de vírgenes negras de Europa occidental de los siglos XI-XII. Desde el siglo XIV aparece vestida con ricos mantos y joyas.
La Virgen de Guadalupe, además de ser la Patrona de Extremadura, recibió en 1928 el título de Reina de las Españas, equivalente a Patrona de la Hispanidad, otorgado el “12 de octubre de 1928, el cardenal Primado de España, Pedro Segura, como legado del Papa Pío XI, y en presencia del rey Alfonso XIII, coronara canónicamente a Santa María de Guadalupe como «Hispaniarum Regina» o Reina de las Españas, como reza en el anverso de la lustrina de su corona”.
La villa de Guadalupe, del árabe «Wad-al-luben» (literalmente «Río escondido»), en la sierra de las Villuercas en la provincia de Cáceres, surgió en torno a la aparición de la imagen de la virgen y a la construcción de la primitiva ermita y después monasterio, hoy el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.
Atesorada por el pueblo extremeño desde su presentación en el año 580, fue durante el tiempo de la invasión de los moros, en el año 711, que la imagen fue escondida para ser salvaguardada.
La Leyenda de Guadalupe
La leyenda reza que la autoría de la talla de la virgen correspondería a San Lucas y que muerto el evangelista en la Beocia (en la actual Grecia), la imagen sería enterrada con él y seguiría su misma suerte.
Un reporte cuenta que fue escondida en una cueva debajo del campanario de la iglesia; otro narra que fue enterrada en un cofre de hierro.
De cualquier manera, el hecho es que fue escondida en la provincia de Cáceres con los papeles pertinentes que documentan su historia.
Aquellos que protegieron la imagen eventualmente murieron durante la conquista, razón por la cual se mantuvo perdida la imagen por siglos.
A mediados del siglo IV tanto el cuerpo del evangelista como la imagen fueron trasladados a Constantinopla (hoy Estambul, en aquellos tiempos capital del poderoso Imperio Bizantino); desde allí, la imagen fue llevada hacia Roma en el año 582.
Por aquél entonces se desató en la ciudad una terrible peste que acabó con la vida de muchas personas y entre ellas la del papa Pelagio II. Siendo elegido posteriormente papa San Gregorio Magno, mandó hacer letanías y procesionar la imagen que tenía en el oratorio personal que no era otra que Nuestra Señora de Guadalupe.
Estando en procesión se oyó un canto celestial similar al de unos ángeles que entonaban al aire loas a la Santa Virgen diciendo:
“Alégrate, Reina del Cielo, alégrate. Aquí el que tú mereciste concebir y parir ya es resucitado según lo dijo”.
Justo después apareció sobre el conocido actualmente como Castelo Sant’Angelo, un ángel limpiando la sangre de una espada. Después de todo esto la pestilencia cesó en la ciudad y San Gregorio se convirtió en un fiel devoto de la imagen.
Hacia España
Continúa la leyenda que unos años más tarde, el pontífice San Gregorio envió varias reliquias al arzobispo de Sevilla, San Leandro, en agradecimiento por haberse ocupado de destruir la herejía de los Arrianos.
Entre esas reliquias se encontraba la imagen de la Virgen de Guadalupe. Viajando la imagen en un navío desde Roma hasta Sevilla, se desató una terrible tempestad que puso en peligro al barco y a sus ocupantes, entonces uno de los clérigos, movido por la fe y la devoción sacó la imagen de la Virgen a cubierta y le suplicó con tanta humildad y devoción que cesase la tempestad que la tormenta amainó automáticamente.
Conociendo San Leandro el presente enviado por el Papa, salió al puerto a recibir a la imagen y con gran veneración fue trasladada a sus aposentos. Siendo posteriormente entronizada en la principal iglesia de Sevilla y venerada con gran fervor por todo el pueblo.
Pero la invasión árabe, en el año 711, hizo que algunos clérigos sevillanos tuvieran que huir de la ciudad hacia el norte peninsular llevándose consigo las reliquias que pudieron transportar, entre las que se encontraba la susodicha imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Adentrados en tierras extremeñas y para evitar su profanación enterraron tales reliquias en una zona montañosa cercana a un río conocido como Guadalupe.
La imagen es recuperada por los cristianos
El cristianismo en la península hispana sufrió por muchos años durante la ocupación de los moros, es decir, la destrucción del reino visigodo entre los años 711 a 726 por el califato Omeya, tras la derrota cristiana en la célebre Batalla de Guadalete.
Pero la devoción a la Madre de Dios se mantuvo secretamente, para aflorar nuevamente después de la liberación.
Una gran emoción se experimentó cuando en el año 1326 el pastor extremeño Gil Cordero relató que mientras buscaba una vaca perdida una Señora radiante emergía de entre los arbustos. Después de indicarle el lugar que debía excavar para desenterrar el tesoro, ella pidió que se le construyera una capilla.
Cuando las autoridades eclesiásticas fueron sumándose al lugar, encontraron la entrada hacia una cueva subterránea y además, la imagen con los documentos.
A pesar de haber estado enterrada por 600 años, la imagen de madera oriental fue examinada y se pudo constatar de que se hallaba en perfectas condiciones.
Punto de peregrinación
La capilla que fue después construida por orden del rey Alfonso XI de Castilla «El Justiciero», y donde fue entronizada la imagen, que fue llamada «Guadalupe» por la villa localizada cerca al lugar del descubrimiento (como ya mencionamos, la castellanización de Wad-al-luben, nombre musulmán del poblado).
La entonces Puebla de Santa María de Guadalupe y su santuario pasaron a depender de la autoridad eclesiástica de la ciudad de Talavera de la Reina.
Con gran pompa y majestad, el rey Alfonso XI de Castilla visitó la capilla en 1340, catorce años después del descubrimiento de la imagen.
Muchas mujeres de la nobleza también han visitado la imagen de nuestra Señora a través de los años y siglos. Ellos han mantenido siempre que la imagen fue un símbolo de la maternidad real de la Virgen, ya que la estatua sostiene al niño Jesús en la mano izquierda y sujeta un cetro en la mano derecha.
Las mujeres de la nobleza extremeña y castellana han regalado muchos y elaborados trajes que han adornado la imagen milagrosa. Estas enjoyadas vestiduras, todas decoradas con bordados de oro, constituyen un costoso y extenso guardarropas.
El objeto mas lujoso de esta colección es un tocado o adorno para la cabeza que contiene 30,000 piedras preciosas con el que solamente se le viste en ocasiones especiales.
La Virgen de Guadalupe y el Nuevo Mundo
La popularidad del santuario llego a su tope durante el tiempo de los grandes descubrimientos del célebre navegante Cristóbal Colón, quien llevaba consigo una réplica de la imagen extremeña, tal como lo hicieron los posteriores conquistadores de América.
Se dice que Cristóbal Colón oró en el santuario de Guadalupe en Cáceres antes de realizar su histórica expedición, y al descubrir la Isla de Karukera, el 4 de Noviembre de 1493, le cambió el nombre a Guadalupe en honor a la virgen extremeña (Guadalupe es un pequeño archipiélago de las Antillas, en el mar Caribe, que forma una región de ultramar de Francia).
La historia de la Virgen de Guadalupe tiene un punto de inflexión con la aparición que se reportó en México, en el Nuevo Mundo, en 1531.
Menos de veinte años más tarde, nueve millones de los habitantes nativos mesoamericanos que profesaron por siglos una religión politeísta, habían sido convertidos al cristianismo.
La Virgen se aparece con un nombre que era conocido tanto por los indios mesoamericanos como por los españoles: Nuestra Señora de Guadalupe, aparecida en el Cerro del Tepeyacac al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin, es la patrona de México y de toda América.
Para los españoles porque es un nombe español de la querida Virgen que se venera en Cáceres. ¿Pero, por qué era Guadalupe un nombre familiar para los indios aun en aquella época?
Se cree que en la aparición a Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan Diego, la Virgen de Guadalupe usó el término náhuatl de «Coatlaxopeuh», el cual es pronunciado aproximadamente «quatlasupe» y suena extremadamente parecido a la palabra en castellano «Guadalupe».
Así, «Coa» significa «serpiente», «tla» es el artículo «la», mientras que «xopeuh» significaría «aplastar». Por tanto, la Vírgen de Guadalupe debió haberse referido a ella misma como «la que aplasta la serpiente».
Real Monasterio de Santa María de Guadalupe en España
Volviendo a la historia de la virgen medieval en Cáceres, hubo un monje llamado Diego de Écija que escribió una crónica de la villa de Guadalupe entre los años 1467-1534 con el título de «Libro de la invención de esta Santa Imagen de Guadalupe y de la erección y fundación de este monasterio»; y de algunas cosas particulares y vida de algunos religiosos de él.
Según fray Diego de Écija, el origen fue una capilla o eremitorio que se levantó a raíz de la aparición de la imagen de la Virgen al pastor, en los albores del siglo XIV.
Siguiendo la narración del cronista, sobre el sitio del humilde eremitorio se levantó una iglesia pequeña en los primeros años del siglo XIV; fue el edificio que conoció el rey Alfonso XI de Castilla en su visita en 1340 y que por entonces ya estaba ruinoso.
El rey mandó agrandarlo y ampliarlo para que se trasformara en un templo digno de la devoción de la Virgen de Guadalupe, con el añadido de hospitales para los numerosos peregrinos que allí acudían.
En seis años se hicieron las ampliaciones y arreglos oportunos bajo la supervisión de Toribio Fernández, que era el procurador del cardenal Pedro Gómez Barroso. Para su reconstrucción se aplicó el estilo mudéjar toledano.
A raíz de la victoria cristiana obtenida en la batalla del Salado, el rey Alfonso XI visitó de nuevo el lugar para ofrecer a la Virgen de Guadalupe su agradecimiento.
Esta segunda visita tuvo una importante repercusión en el devenir del santuario. El rey hizo donación de varios trofeos obtenidos en la batalla y además dictó un Real Privilegio el 25 de diciembre de 1340, en el que se exponían dos peticiones a la autoridad eclesiástica: la creación de un priorato secular y la declaración de patronato real.
La respuesta no se hizo esperar y el 6 de enero de 1341, el obispo de Toledo, Gil Álvarez de Albornoz, redactó un documento por el que se instituía el priorato secular de Santa María de Guadalupe y se reconocía el patronazgo en la figura del rey y de sus sucesores.
A continuación el rey propuso como primer prior al cardenal de Curia y Corte, Pedro Gómez Barroso, que fue también obispo de Cartagena en 1326. Este cardenal fue el principal custodio del santuario.
Por su intervención, Alfonso XI mandó que se establecieran los límites, en una carta escrita en Illescas en 1337. El siguiente paso fue el amojonamiento de la puebla y el santuario tras lo cual quedó Guadalupe independiente y emancipada de la ciudad de Talavera de la Reina.
Pedro Gómez Barroso murió en Aviñón en 1345 y el rey presentó a su sucesor, Toribio Fernández de Mena; con este motivo hubo una confirmación de las concesiones de priorato y patronazgo expedida en el mes de agosto, firmada en el monasterio del Paular.
En octubre, el arzobispo Gil Álvarez de Albornoz ratificó la confirmación. En ese mismo año hubo otro acuerdo: Alfonso XI cambió sobre la puebla la condición de realengo por la de señorío civil, de manera que pasó a ser propiedad de la autoridad eclesiástica, es decir del prior secular.
El prior Toribio murió en 1367 y fue enterrado en la iglesia de Guadalupe. Le sucedió Diego Fernández cuyo mandato coincidió con el reinado de Enrique II y de Juan I.
A Diego Fernández le sucedió Juan Serrano en 1383, que fue el último de los priores seculares. A los seis años de su priorato, en 1389, hizo entrega del santuario a la orden jerónima y marchó a ocupar su nuevo puesto como obispo de Segovia.
Durante estos 48 años de priorato secular, el santuario creció en importancia, especialmente por la devoción a la Virgen de Guadalupe, ya muy extendida por todo el reino de Castilla. A ella acudían peregrinos de distintas procedencias. Para facilitar el acceso a los viajeros que llegaban desde el norte, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, mandó construir en 1383 un puente sobre el río Tajo. En su entorno se fue formando una villa, «El Puente del Arzobispo».
El rey Juan I había heredado el patronazgo sobre el santuario tal y como estaba establecido desde los tiempos de Alfonso XI.
Estando todavía en posesión de sus derechos como patrono, dictó el 15 de agosto de 1389 en Sotosalbos una Real Provisión por la que ordenaba que el santuario se ampliase y se elevase en monasterio regido por monjes reglares en sustitución de los canónigos seculares.
De acuerdo con esta disposición real, Juan Serrano —último prior de Guadalupe— entregó el santuario a fray Fernando Yáñez de Figueroa, que por entonces era prior del convento jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, situado a 20 kilómetros de la ciudad de Guadalajara.
De esta forma pasó la iglesia de Guadalupe a formar parte de un extenso complejo monástico. A continuación, el rey renunció a su derecho de patronazgo entregándolo a fray Fernando y a sus sucesores. Todo esto se hizo con los trámites respectivos y requeridos para el cambio:
- El rey entregó también todas las propiedades vinculadas al santuario y que él mismo había recibido de sus antecesores.
- Hizo entrega y detalló los términos y el señorío de «mero y mixto imperio» que gobernaba sobre la Puebla reciente de Guadalupe.
- Por su parte, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, que tenía jurisdicción sobre el territorio donde se hallaba el santuario, otorgó su consentimiento a través de una carta escrita en Alcalá de Henares. Según el documento, otorgaba al prior Juan Serrano poder para que a su vez hiciera entrega del santuario a la orden jerónima.
- A continuación el rey convocó al concejo de la Puebla para comunicar los hechos.
- Llegados los monjes jerónimos desde Lupiana tomaron posesión del monasterio en octubre de 1389. Al día siguiente celebraron el primer capítulo donde fue elegido como prior fray Fernando Yáñez, que se hizo cargo del priorato y de la jurisdicción eclesiástica más el señorío sobre la Puebla de Guadalupe.
- En ese mismo mes de octubre se dio notificación a la Puebla y sus autoridades de todos estos cambios.
Finalizó la toma de posesión el 30 de octubre aceptando públicamente el inventario de los bienes. Cinco años más tarde, en 1394, el papa Benedicto XIII entregó la bula «His quae pro utilitate» confirmando la transformación del santuario de Guadalupe en monasterio, el hoy llamado Real Monasterio de Santa María de Guadalupe.
La Puebla de Guadalupe no admitió de buen grado el sometimiento civil al prior del monasterio. Hubo protestas y pleitos sobre todo a lo largo de los tres primeros siglos del mandato; pero el pueblo no consiguió nunca un concejo propio e independiente.
Los monjes jerónimos fueron durante 463 años los gobernantes absolutos. A lo largo de los siglos el conjunto monástico fue creciendo y haciéndose grandioso, con una extensión de alrededor de 22.000m².
Muchas y muy importantes fueron las obras y mejoras hechas por los jerónimos durante este tiempo. Creció también en espiritualidad y devoción a la Virgen de Guadalupe, devoción que se extendió por toda la península e islas Canarias y que fue extensible a Hispanoamérica a partir del Descubrimiento.
El resto, como se dice, es historia…